El difícil reto de la convivencia (I)
ENRIQUE ROJAS (Publicado en EL MUNDO el 13 de septiembre 2008)
Acabo de volver de vacaciones No he hecho más que llegar y todo son problemas. Me llama un conocido mío relatándome que ha sido un verano lleno de tensones familiares, roces, disgustos y que está entre irritado y melancólico. Voy por la calle, en mi Madrid del alma, y me encuentro con una amiga que me dice: «me separo de mi marido, no sabes las vacaciones que me ha dado» Leo la prensa y claro, como todo lo que es noticia es negativo, voy bien servido. La crisis financiera tiene dos notas nuevas: una, que es global y otra, que en la sociedad del despilfarro y la abundancia se ha hecho fundamental lo accesorio y cuesta renunciar a ello.
Cojo mi ordenador y me digo: deberías sacar un artículo sobre la convivencia. Se lo comento a Isabel, mi mujer, y me dice: «siempre vuelves a lo mismo, la gente no quiere ni oír hablar de esa palabra, no te lo van a leer». Mis hijas me dicen: «dilo con claridad y da unas cuentas reglas, pero no seas demasiado teórico». Almudena, la pequeña, con 16 años, me dice: es un tema que chirría y no se quiere hablar de ello porque es la dura realidad. Escríbelo. Yo te apoyo».
Bien, a pesar de todo, voy a diseñar algunos puntos. Me abro paso entre masas de pensamientos y quiero adentrarme en los pliegues de lo que aquí se esconde y bracear por las aguas procelosas del día a día y entenderse uno con los más cercanos y sortear las mil y una dificultades que asoman y sestean y vuelven a aparecer.
Quiero empezar con una declaración de principios: no conozco nada más difícil y complejo que la convivencia ordinaria. Hablo de lo diario. Las dificultades de la convivencia producen estragos. Problemas que si no se enfocan bien o no encuentran una solución positiva, terminan por cambiar la vida y darle unos giros graves, severos, históricos. ¿Dónde está la clave, en qué espacios académicos se habla de ello? Llevo mucho tiempo interesado por todo esto. Observación y lectura, mirar la realidad de mi entorno y a la vez, buscar libros y personas que sepan de ello y los sepan contar con claridad, a lo que Ortega llamaba la «cortesía del filósofo».
La convivencia consiste en la capacidad para vivir con otras personas y esta-
blecer unas relaciones sanas, positivas, de diálogo, entendimiento y respeto, sabiendo compartir y, a la vez, aceptar al otro como es. Hay muchos matices que se hospedan en todo lo que acabo de decir. Es evidente que donde la convivencia alcanza su punto máximo es en la convivencia conyugal: ésa es la que ofrece más campo de inspección, y moverse ahí con soltura es un logro de excelencia, es haber acertado en una de las dianas más decisivas de la vida.
Para estar bien con alguien, hace falta estar primero bien con uno mismo. Esto me parece esencial. Es el abc. Y por obvio, no menos importante A veces lo olvidamos Cada uno debe hacer un trabajo de artesanía psicológica consigo mismo, puliendo y limando las aristas de la personalidad y, sobre todo, aquellas cosas que por el motivo que sea molestan a los demás Una persona inestable, poco equilibrada, con cierta tendencia al descontrol, va a tener problemas con casi todo el mundo con que se relacione con cierta cercanía e intensidad Yo, con un conocido mío al que veo cada equis meses y con el que me llevo bien, no voy a ponerme a discutir el día que me lo encuentro. En el frontispicio de la entrada del templo de Apolo, en Grecia, había una leyenda que decía: «conócete a ti mismo». Eso implica el ser uno mismo, en una mezcla de equilibrio personal, afán de pulir y corregir lo que puede molestar al otro y poner los medios adecuados para ir alcanzando un estilo que pudiera llegar a ser como un canto rodado, esas piedras del río que a fuerza de pasar por ellas la corriente las deja pulidas, suaves al contacto de la mano…
En segundo lugar, es importante recordar que en la convivencia es importante respetar las ideas y las actitudes de la otra persona. Respetar el espacio psicológico del otro. Soy capaz de entenderme con esa otra persona -cónyuge, hijo, persona cercana con quien comparto el trabajo diario, amigo con quien me veo con mucha frecuencia, etcétera- aunque su forma de pensar sea distinta de la mía. En la relación de pareja esto se ve muy claro: ¡qué fácil es enamorarse y qué difícil mantenerse enamorado! Es sencillo idealizar a alguien y elevarlo de nivel. Pero la vida diaria compartida pone las cosas en su sitio. Y cada uno se retrata en su comportamiento ordinario: deja a las claras cómo es su personalidad de verdad. Nadie es un gran señor para su mayordomo.
Otro punto a destacar es no equivocarse uno en las expectativas. Dicho de otro modo: saber que una buena convivencia es fruto de un trabajo esforzado, cuidadoso y deportivo. No esperar que las cosas salgan bien porque sí o que al final todo se vaya arreglando. No, ésa es una actitud errónea. Yo espero que todo funcione bien, porque he ido poniendo de mi parte en cosas pequeñas y medianas (las grandes llegan muy de tarde en tarde), para olvidarme de mí mismo, no ser egoísta, pensar en los demás, cuidar los detalles pequeños para hacer la vida agradable a esa o esas otras personas. Tarda uno mucho tiempo en entenderse con las personas con las que convive: a lo sencillo se tarda tiempo en llegar.
Enrique Rojas es Catedrático de Psiquiatría.-
Diario de Molinoviejo (V)
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