lunes, 3 de marzo de 2008

CHISTES Y BUEN HUMOR

Francisco Iglesias tenía un sentido grande del humor. Fue un hombre de mucha alegría. Tenía gracia para contar los chistes e, incluso, en ocasiones los teatrelizaba. He aquí una muestra en este artículo suyo, unos días antes de su fallecimiento, cuando quizás sabía que tenía una dolencia cardíaca grave.

Este artículo fue enviado por Francisco Iglesias a la redacción días antes de su fallecimiento y fue publicado en “El Periódico de las Mariñas” en el nº 83, de marzo de 2004)

Entre los libros más o menos densos y serios que por obligación profesional o por simple afición tengo que leer, procuro tener siempre a mano de contenido más distendido, con clara intención relajante: ya se sabe, entre col y col, lechuga.. De esta última clase de libros, más ligeros, he dedicado algunos ratos de estos días a leer uno que se titula “Chiste, colmos y otras risas” cuyo contenido, seleccionado por un viejo amigo, José Gay Bochaca, salta a la vista. Mientras que la lectura de bastantes de estos chistes me ha despertado la sonrisa y, en ciertos casos, alguna no pequeña carcajada, otros de esos agavillados relatos de buen humor me han dejado, sin embargo, indiferente, quiero decir que no hicieron en mi ánimo la menor mella. ¿Por qué? M e pregunto.; ¿por quizá algunos chistes nos hacen reir y otros en cambio nos dejan igual que estábamos? Desde luego, hay que admitir que hay chistes buenos y malos, pero no parece que la irrupción de la risa depende sólo de esto.

Seguro que también depende, desde luego, de la gracia de quien cuenta los chistes y, si en lugar de oirlos, hay que leerlos, la cosa cambia, por lo que también el modo estén escritos puede ser decisivo. Pero lo capital quizá es la sorpresa provocada por la inesperada quiebra de un relato comenzado con lógica y que ¡de pronto! Da un brusco giro, nada lógico, que por inesperado y repentino, provoca la hilaridad. A condición , claro, de que uno capte de forma inmediata y repentina el matiz de esa ruptura semántica, porque de otro modo, si el chiste no se entiende o nos lo tienen que explicar, difícil es que produzca gracia. Es natural también que el que mueva o no ala risa depende de la disposición psicológica de cada uno en ese preciso momento, de su talante y forma de ser, de su inteligencia, de su forma des er, de su inteligencia, de su espontaneidad, de su sentido del humor en definitiva, porque en el fondo el humor es una cosa racional. Bien lo sabemos: los animales no ríen porque no tienen inteligencia. Pues bien, compruebe ahora, si quiere el lector, por qué le hacen sonreír o no relatos copiados del libro antes citado:


* “Camarero, ¿me pone un pollo muy poco hecho, con unas patatas fritas? Se lo trae el camarero y el cliente se pone a comer. Al momento le llama: - Camarero, ¿me puede asare un poco más el pollo que se me está comiendo las patatas fritas?”

* “Un hombre va a visitar a un adivino: -Pom, pom. -¿Quién es? .- Pues vaya asco de adivino (y se va).”

* “Está una mujer pariendo gemelos en el hospital. El doctor saca a un bebé, y le pega las consabidas tortas: ¡plas, plas! Hasta que se pone a llorar: ¡ buaaa! El doctor dice: -Bueno, ya está .- ¡Pero… si iban a ser gemelos! .- ¿Está segura? .- Sí, completamente. –Bueno, tendré que mirar la ecografía… Se va el médico, y entonces se asoma el otro bebé y dice: -¿Se ha ido ya el que pega?.-

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