lunes, 8 de octubre de 2007

¿Y NUESTROS NIÑOS?

El 28 de agosto en México ocurrió un hecho sin precedentes en la historia: se presentó ante las cámaras de Diputados y Senadores, la Asamblea Legislativa Federal, la Suprema Corte de Justicia, la Procuraduría, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la Conferencia Episcopal, la ONU, la Unesco y otros organismos, un documento trascendental para la defensa de la vida y dignidad de los concebidos.
Según la agencia Zenit, fue redactado por un centenar de especialistas en derecho, bioética, medicina, educadores y otros que conforman la Asociación de los Derechos del Concebido y que tiene a monseñor Pedro Agustín Rivera Díaz, químico y sacerdote católico, entre sus miembros.

Afirma él que antes no era necesario explicitar estos derechos por cuanto los concebidos no corrían mayores riesgos que los del desarrollo natural dentro del seno materno acorde a sus condiciones prenatales; pero, en la actualidad, los derechos de los concebidos entran en conflicto con los de sus madres.
En el primero de sus 10 principios fundamentales incluye a todos los concebidos, discapacitados o no en la declaración. En los tres siguientes se reafirma el derecho a ser reconocidos como individuos de la especie humana; su individualidad genética única e irrepetible y por lo tanto, diferente a sus progenitores; y el derecho a que se respete en él el valor supremo de la vida desde su concepción hasta su muerte natural, dentro o fuera del vientre materno.
Los principios 5, 7 y 8 se refieren a la responsabilidad de los padres para velar por el desarrollo integral del ser en gestación y subsidiariamente la de otros familiares, de la sociedad y del Estado.

El numeral 6 establece el derecho a ser protegido de cualquier discriminación, mientras el 9 determina el derecho a los servicios y cuidados dispensados por ley, para él y su madre, que garanticen su desarrollo físico, mental, espiritual y social. Finalmente en el décimo se plantea el derecho de todo concebido a una nacionalidad.

Sin lugar a dudas, no puede existir oposición entre los derechos de la mujer o de la madre y los derechos del nuevo ser que parecen tan obvios, pero que son tan violados. Algunos que defienden el aborto afirman que la mujer tiene derecho sobre su propio cuerpo. Pero es claro que el derecho sobre el propio cuerpo termina cuando hay otra vida latiendo allí, otra vida que genera por su propia fuerza cambios en el organismo de la madre. Hay una relación de dependencia, sí, es verdad, y por eso ella es aún más responsable de respetar esa nueva vida, distinta a la suya, con un cuerpo propio que no es suyo.

Esta extraordinaria declaración de principios sobre los derechos de los concebidos nos apunta con el dedo al centro mismo de la conciencia, pues a pesar de los códigos y tantas declaraciones sobre los derechos de los niños ya nacidos, estos no se cumplen ni se respetan a cabalidad.

Es deplorable que los padres se crean dueños de la vida de los hijos, como ocurrió en algunas culturas antiguas y sigue ocurriendo hoy cuando vemos indignados cómo explotan a los niños, incluso a menores de 3 años, obligándolos a realizar ventas, acrobacias, tareas, farsas, etcétera, hasta altas horas de la noche, en las calles, en medio del tráfico, sin que ninguna autoridad impida este abuso.
¿Por qué en un país que se considera cristiano existen tantas familias que no saben o no pueden proteger a sus hijos nacidos o no?

El aborto no es la solución... ¿Es todo tarea del Estado? ¿Qué podemos hacer nosotros, usted... yo? Alicia Miranda de Parducci. Editorialista del Universo

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