lunes, 8 de octubre de 2007

DE ÁFRICA VINE (PRIMERA PARTE)

Esta madrugada, un hecho metereólogo como es la niebla, ha servido para que me despertase a las 2:10 a.m. ya que la sirena de un faro potente que hay en la costa no dejaba de cumplir con su cometido: sonar cada cierta frecuencia con un fuerte ruido para advertir a los barcos que pasan cerca de la costa de la posibilidad de quedarse varados en una de las playas, en el mejor de los casos, sin peligro para los tripulantes y mercancías También le cabe la posibilidad de empotrarse en las rocas de los acantilados, destrozados en dos, tres o más partes al igual que le ocurriera al “Mar Egeo” allá en la costa coruñesa, un tres de diciembre de hace unos cuantos años.

En aquella ocasión un buen amigo, capitán de barco, cuando intentaba salvar el petrolero tuvo la mala fortuna de caer desde cubierta hasta la bodega y allí acabó su vida marinera: la mano derecha comenzó a darle problemas y desde entonces, por decisión médica se dedica a otros menesteres terrestres. Se encargó de acompañara su esposa y a sus hijas, así como al menor, Diego, el junior de la casa, licenciado en Derecho y con su master debajo del brazo, además del paro seguro. Merceditas y Fernando le han dado ocho bell@s niet@s –la mayoría rubi@s como es la raza celta- y mi amigo el capitán allá va muy de mañana para echar una mano si fuera necesario. Lo de tocar el piano se acabó ya que los dedos no tienen la movilidad que necesitan las notas fusas y semifusas del pentagrama… ¡y como Diego procede de África también!- en muchas ocasiones tenemos nuestras cuitas.

Esto es lo que en argot marino se llama una deriva. El timonel debe obedecer las instrucciones del piloto o capitán y no dejar de mirar las coordenadas indicadas para no salirse de la ruta… y a mi me está ocurriendo algo similar. DE AFRICA VINE se denomina este “blog” y es que hoy hace algunos años comenzó la primera singladura.

Me había pertrechado mi querida madre de ropa que allá en África no se usa por aquello de las calores y en aquellas latitudes no se dan los fríos y humedades nuestras del balcón del Atlántico. Llenamos las do maletas de ropa, libros de la profesión, una buena gabardina de colores claros, sin olvidarse del maletín y un paraguas. España, en los libros de Geografía Física se clasificaba en dos: España Húmeda y España Seca. Viajaba a la España Húmeda

Hubo la despedida clásica del padre, con el pitillo en la comisura de la boca al igual que Humprey Bogart que me dio un abrazo mientras me repetía aquello de no dejes de escribirnos cuando llegues. En aquel entonces los móviles no existían en las mentes de los más científicos y una llamada de la Península Ibérica con África tenía horas de demora, según la terminología de las chicas de la Telefónica. Mi madre se tuvo que secar varias veces las lágrimas, ya que se marchaba el pequeño de la casa, “aunque en Navidades deberías volver para contarnos algo de aquellos lugares”. “Y si puede ser te quedas en Madrid porque Galicia está bastante lejos y si ocurre algo…,ya me entiendes, hijo...”

Y después de tomar una merienda cena embarqué no en un cayuco sino en un señor barco, que por supuesto tenía una olor muy “sui generis”, que sólo estaba en los barcos: era un Vicente Puchol o en un J.J. Sister fabricados en los comienzos del siglo pasado. Hoy han sido sustituidos por otros más cómodos, similares en los nombres, con aire acondicionado y piscina en algunos casos. En los anteriores el que tenía un coche podía ver la forma de izarlo: una potente grúa desde el barco lo recogía envuelto en una gruesa red y dirigido a ojo por un experto lo depositaba en la bodega del barco, donde se calzaba bien para que no se moviera durante la travesía. En los barcos actuales entran conducido por su dueñ@. Además, ahora le llaman Ferry y entonces eran cargueros que aprovechaban unos camarotes con unos pequeños ventiladores para trasladar a los pocos viajeros que en aquel entonces viajaban tal día como hoy, un lunes para arribar un martes, en el puerto de Málaga, fuera ya de la época veraniega. Viajaban algunos soldados que habían conseguido unos días de permiso o adelantaban las vacaciones de Navidad, con el fin de que después quedasen los cuarteles todos con el servicio de guardia día y noche. Todo, menos bajar la guardia!

La noche se presentaba buena y no parecía que el Mediterráneo fuera a darnos ninguna sorpresa. Cada cual bajó como pudo el equipaje –mucho o poco- para bajar por unas escaleras de caracol hasta llegar hasta su camarote que estaba debidamente señalado en la puerta y en las camas –en cada camarote podía haber dos o cuatro literas, con un lavabo y un servicio o excusado en un aparte. Las mantas y sábanas limpias animaban a tener una singladura llevadera y tranquila. La luna se veía desde algún ojo de buey de los camarotes, reflejándose en las olas pequeñas del puerto.

Sonaron las tres pitadas del barco de forma inexorable. El vapor como se le llamaba aún por algunos zarparía a la hora en punto y las escalas se retirarían una vez que la autoridad competente se despedía del capitán y oficiales del barco. Las máquinas del barco empezaban a tomar fuerzas y se dejaba arrastrar por el remolcador correspondiente que le separaba –poco a poco- del continente africano para después dejar que el mismo barco tomara la iniciativa e hiciera la ruta hasta la mañana siguiente, quizás acompañados de delfines que suelen ir nadando en paralelo durante algún tiempo, muy cercanos al casco del barco. Algunos pasajeros subían a cubierta y sacaban los pañuelos o un periódico para despedirse de sus familiares o amigos que allí iban quedando más pequeños. Allá arriba el humo del barco quedaba atrás, se oían algunas campanadas con señales que indicaban alguna maniobra finalizada, como el izado de las anclas. Algunas gaviotas, pocas, se atrevían a acompañarnos mar a dentro.

Poco a poco las luces de los camarotes se iban apagando. La noche era buena y la travesía no tenía por qué preocupar a ningún viajero. Al día siguiente nos esperaba un puerto, y después de cumplimentar los requisitos de sanidad, policía y carabineros podríamos abandonar el “gigantesco” barco para tomar tierra y poder desayunar un café con churros…. (continuará)

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