Todos los mundos posibles se dan cita ante el lector. Quienes adquieren en la infancia un amor a los libros que le acompañará hasta la ancianidad, son personas que viven muchas vidas. Expanden y enriquecen la suya al entreverarla con las de otros. Su inteligencia crece, su imaginación se agranda. Se pasean por los vericuetos de la historia, por los laberintos de la ciencia, por las maravillas de la fantasía. Tienen una mente educada que les torna capaces de plantearse alternativas inéditas y recorrer sendas inexploradas.
Gracias a esos objetos materialmente mínimos que son los libros, el lector elige sus interlocutores entre las cabezas más lúcidas y sensibles de la humanidad. En algo tan pequeño, cuántas ideas encontrará, cuántas vivencias podrá incorporar, qué placeres más limpios y fuertes le están reservados.
Los mejores libros son aquellos cuya lectura nos capacita para entenderlos. Al pasar atentamente, amorosamente, por las páginas de un buen libro, es el libro el que pasa por nosotros. Y allí, en el hondón del alma, deja su huella. Es un légamo fecundo, que acrece y potencia la propia vida.
La lectura y la vida no se oponen entre sí. Escuchamos a veces la llamada de atención del hombre pragmático; ¡Ya está bien de leer, es hora de vivir! Como si el ejercicio de las más altas facultades de la mente no fuera la forma más alta de vida. La verdad es que el pensamiento y la imaginación nos revelan un horizonte de fulgores insospechados y sorprendentes. Mientras que la pura vitalidad es mera agitación, sometida al principio de la inercia.
Una educación que prescinda de los libros, y todo lo que fíe a las nuevas tecnologías y al activismo, es una mala educación. Frente al riesgo de una instrucción posliteraria, al observar que la afición a la lectura desciende alarmantemente entre los jóvenes, es preciso difundir con toda el alma el amor a los libros. Porque los libros son el cauce ordinario y común de la vida del espíritu.
Donde está la libertad, allí están los libros. No olvidemos que todas las formas de totalitarismo han tratado de suprimir la afición a la lectura, o la han reducido a una sola posibilidad, como sucedió con la imposición en China del libro rojo de Mao. Mientras nos quede la palabra, habrá al menos un rescoldo de libertad: El mejor antídoto contra la violencia es la pasión por la lectura. (Selección Literaria de LIBRERÍAS TROA, septiembre 2007, nº 18 “Donde está la libertad, allí están los libros”, Alejandro Llano)
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
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