Hoy, de madrugada, falleció Juan Carlos. Fue un alumno aventajado al que hace unos meses se le declaró un cáncer. La madre coincidía a diario conmigo, menos hoy y ayer que no la localicé. Después, sobre la media tarde un amigo me daba la noticia de la muerte de Juan Carlos. ¡Cómo me repetía la madre una y otra vez lo que ella le pedía a Dios! “¡No te lo lleves, que aún es joven y tiene muchas cosas que hacer todavía!” Hoy mismo se le dio sepultura y mañana, último día de enero, serán los funerales en Vigo, donde residía Juan Carlos desde hace tiempo. (Algo de esto le contaba esta tarde a Mario, el taxista que me trajo esta noche a casa. Con él me desahogué un momento y supo entenderme. Siempre digo que los taxistas son psicólogos, que saben entender a las personas que llevan de un lugar a otro en las grandes y pequeñas urbes. ¡Cómo les aprecio cada vez más a estas personas, los taxistas! Gracias, Mario).
Era Juan Carlos, este hombre-niño una persona buena. Estudió la carrera de Químicas, quizás ilusionado por un profesor que le daba esta misma asignatura. Físicamente era alto, fuerte, moreno, de buen ver y muy recio. Aunque los médicos le trataron a tiempo el cáncer, la ciencia no ha podido vencer a esta enfermedad. Hay que conformarse otra vez más y seguir investigando hasta que algún día se le pueda ganar la batalla.
Juan Carlos fue director de un Colegio Mayor de Santiago de Compostela durante varios años. Marchó después a Vigo, ciudad en la que se dedicaba, entre otras muchas labores a impartir la docencia en el Colegio Montecastelo, de Fomento de Centros de Enseñanza. Los alumnos, padres y colegas habrán quedado marcados con una herida profunda. Y es que con Juan Carlos se pasaba muy bien en las clases, en el trato de amistad: era todo corazón, un gran amigo con el que se podía contar en todo momento.
Y no son palabras estas que están motivadas por la emoción del momento. El que haya estado con Juan Carlos en una ocasión, en el colegio, en la calle, tomando un pincho o en otro lugar lo puede afirmar y quizás nos quedemos cortos. Como profesor que fui de Juan Carlos, hace bastantes años, así lo dejo escrito. Después, ya mayor, no defraudó en el trato amable y sincero a sus amistades, familiares y a todas las personas que se cruzaron en su vida.
Gracias Juan Carlos. Voy a ser exagerado: hoy no pedimos a Dios por ti. Haznos un gran favor: pide a Dios por nosotros. En primer lugar por mamá, tu querida madre Celia -¡mujer fuerte donde las haya!-, por tu hermana, sobrinos, cuñado y demás familiares, para que sepan encajar este golpe bajo. Aunque Dios sabe más, como nos decía muchas veces san Josemaría, y sacará mucho fruto de tu marcha al cielo. No te quepa duda. Pide para que esta sociedad nuestra, en la que viviste y ahora nos toca a nosotros seguir navegando, sea más humana, mejor en todos los sentidos. Y que en ella se puedan encontrar esos valores que tú has vivido a fondo: nobleza, alegría, fortaleza, solidaridad, compañerismo, lealtad, sinceridad, valentía y bien hacer. Muchas gracias Juan Carlos por tu vida entera.
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
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