miércoles, 23 de enero de 2008

ALFONSO RÍOS

Alfonso era nuestro amigo, colega, buen compañero, una persona excelente, profesional entregado a la causa de la buena educación y un familiar ejemplar. Alfonso estaba de santo hoy. Él lo celebraba en la intimidad, con sus familiares y no deseaba que se le hicieran regalos ni homenajes. Esta tarde hablé con un familiar suyo –una hermana- y recordamos esta fecha del 23 de enero como el día del santo de Alfonso.

Muchos amigos le recordamos hoy porque personas como Alfonso hay pocas en este planeta. Siempre habló bien de todos, trataba a los alumnos como personas que son en formación y no se escandalizaba por lo que oía de ellos en algunas ocasiones. Buscaba –al menos lo intentaba- las soluciones a cada cuestión, sin aspavientos. Su paciencia fue digna de ser imitada. Sabía esperar la ocasión oportuna para corregir y decir las cosas con sencillez, sin humillar a la persona corregida. Muchas veces eran alumnos, otras eran colegas a los que deseaba ayudar de forma eficaz, manifestando los motivos a la cara.

Con Alfonso fue fácil trabajar en la educación de las jóvenes promociones de alumnos. Madrid, Vigo, Ferrol y A Coruña fueron testigos de su capacidad de buen hacer en el campo educativo. Alumno aventajado del eminente catedrático de la Universidad Complutense Víctor García Hoz, Alfonso supo transmitir a todos su bagaje cultural y formativo. Los alumnos le entendía y existía empatía siempre, aunque echara una fenomenal bronca por algo que no se hizo bien. Los colegas le seguíamos en sus meditadas y acertadas decisiones.

Recuerdo un día como me contaba que en una de las ciudades donde ejerció como director de un excelente colegio, sin previo aviso se vio en la calle. ¿Cuál había sido su “delito”? Aconsejar a algunos alumnos que acudieran a un club determinado para complementar la formación que recibía en su familia y en el buen colegio, donde Alfonso impartía la asignatura de Filosofía, además de ser el director en el centro educativo. Al día siguiente se dieron cuenta que se "equivocaban", pero Alfonso no volvió al lugar donde no le aceptaban. Ya tenía otro centro educativo que le había contratado en el instante. Cuando alguien no sabía cómo hacer lo que veía claro en la persona de Alfonso, era Alfonso el encargado de clarificar las posturas.

Alfonso era acogedor, con la sonrisa en los labios. Te insuflaba una gran fuerza para que le contaras el “problema de tu vida”. Sabía escuchar al otro, procuraba nunca interrumpir el discurso ajeno y, una vez expuesto, buscaba la mejor manera de su solución. Nadie se iba de estar con Alfonso sin un buen consejo, la mejor forma de encarar un problema personal, familiar, profesional, etc.

¡Qué bien encaraba los problemas educativos que se le presentaba! Escuchaba al interlocutor con buena cara, llamando a las cosas por su nombre. Nunca le vi con el ceño fruncido. Era fácil pasar una buena tarde con Alfonso. Hoy –día 23 de enero- Alfonso celebraba su onomástica. ¡Felicidades Alfonso! Y gracias por habernos dado estos años que estuviste entre nosotros.

P/ Vale la pena volver a leer el libro que Alfonso escribió pocos años antes de marcharse de este planeta llamado Tierra. “La confianza: un reto educativo”.

Hay un ejemplar que tiene esta dedicatoria: “Con el cariño de una vieja amistad que siempre va a perdurar. Alfonso Ríos 17.05.03”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Deseo agradecer el escrito sobre Alfonso Ríos, ya que conozco el libro "La confianza: un reto educativo" y me sirvió mucho para la formación de los chicos de la clase donde imparto mi carrera de profesor de bachillerato. Y a esto se añade que conocí al autor del libro. Por todo, muchas gracias al blog DE AFRICA VINE. Manuel Rodríguez (A Coruña)