lunes, 5 de enero de 2009

MI AMIGO LUÍS Y LA ESPERA DE BARAJAS

Estos días de Navidades viajé para visitar a unos familiares. A la vuelta debía pasar por Barajas y hacer una escala técnica (así le llaman los de las agencias) de varias horas. Recordé que en mayo pasado mi amigo Luís me envió un email en el cual me comunicaba que viajaría a Ferrol por motivos familiares también y podía ser una ocasión estupenda parA vernos después de varios años sin poder intercambiar unas palabras “de visu”.

Coincidencias de la vida. Ese mismo día yo salía en avión para el continente africano con el fin de acudir a un evento familiar, por lo que no podríamos vernos mi amigo Luís y el que suscribe. Pero cuando supe que, meses después, el avión de Iberia me haría pasar en Barajas varias horas por la dichosa “escala técnica”, envié un email a Luís y le puse un mensaje por el móvil para que, si le parecía bien, aprovechando que era sábado por la tarde, se acercase a la T-4 y ya tendríamos tiempo de charlar y vernos las caras después de tanto tiempo.

Es preciso decir, que Luís me aprecia tanto como yo a él, que no es poco. Pero ¿quién es Luís?. Además des ser mi amigo, Luís tiene un mérito extraordinario. Le conocí en A Coruña hace más de veinte años, cuando trabajaba en mil cosas diferentes. Por ejemplo, recuerdo en uno de los tantos trabajos que fue en una gasolinera que aún existe a la salida de la ciudad coruñesa, donde Luís debió pasar un frío tremendo. Es un alto de la cuestecilla, antes de llegar a una embotelladora de Coca-Cola, en la cual sopla el norte con ganas. Y además el despacho de combustible es una labor continua, sin descanso ni para tomarse un pequeño bocata. Al final del despacho, hay que cerrar caja y se precisaba contar la calderilla y los billetes del Banco de España –estamos hablando antes del euro, por supuesto- y esto le llevaba cerca de la hora de sesenta minutos.

Después de esta experiencia, Luís se nos marchó a los madriles, donde encontró un trabajo de bedel en la Universidad Complutense. Allí no perdió el tiempo y se espabiló de lo lindo: no querría pasar más fríos como los coruñeses y acabó el bachillerato, para después matricularse en la carrera de pedagogía y sacar el título en la dicha facultad.

Después de explicar algo de mi amigo Luís, volvemos a Barajas de hace unas horas escasas. Como los controladores aéreos son unos personajes que de vez en cuando enferman, hubo una especie de gripe y enfermaron seis a la vez, por lo que se organizó un desaguisado en los aeropuertos en los que los aviones debían volar haciendo escala técnica en Madrid. Y ahí tenemos al bueno de Luís, que puntualmente acudió a la cita para conversar con el que estas líneas escribe. Y entonces comenzó una guerra de móviles: “Mira, Luís, que dicen estos de aquí, en Valencia que es para largo la demora”. Respuesta: “Bueno, espero, ya que vine…” Al rato algo parecido, hasta que el avión sale con destino a la T-4 de Barajas. Le comunico la puerta por donde deberíamos salir los pasajeros del vuelo XXX de Valencia con destino a Madrid…

El amigo Luís se movió todo lo que quiso, pero las cosas son así. Como hace años ocurrió aquello de las Torres Gemelas y es preciso controlar todo, él estaba en una planta del aeropuerto y el menda en otra, donde ya estábamos controlados, por lo que no nos podíamos ver, pero si hablar por el móvil. Total: seis horras de inútil espera. Esto me obligará a hacer un viaje especial a Madrid para desagraviar a mi amigo Luís y vernos para contarnos cosas de los últimos lustros de la vida. Y todo por culpa de la enfermedad de seis controladores aéreos a los que deseo una pronta mejoría.

No quiero sacar moraleja alguna, pero a partir de esta fecha cuando tenga que esperar por un amigo, me acordaré de la santa paciencia de Job y la de mi amigo Luís. Y también que la amistad es un valor humano que está en alza en el siglo XXI porque así lo demostró Luís en Barajas en la T-4 el día tres de enero del año en curso.

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