Los hijos no necesitan declaraciones de principios: "Mira, hijo, tú y yo tenemos que ser amigos". Lo que necesitan es que su padre y su madre se comporten como tales, los quieran y se pueda hablar con ellos. Las hijas suelen ser más expresivas; y hay hijos varones, que lo cuentan todo, son pura vivacidad; con ellos, si se les atiende lo necesario es fácil conversar, aunque a veces haya que decir: "Pancho calla, que yo también te tengo que decir algo".
Hay hijos que, por el contrario, son más retraídos: con éstos hay que tener el "don de la oportunidad", para no desaprovechar los momentos en los que quieren hablar; por ejemplo, al final del día cuando se les ve con deseos de hacer confidencias, o merodean por la cocina queriendo encontrar a alguien que les atienda; y tener paciencia para dejar que expliquen lo que quieren contar.
Es importante que desde pequeños la madre y, también, el padre actúen así, pues esto hará que la confianza en ellos se vaya acrecentando. Si no, más adelante, les ocurrirá lo que les pasa a muchos en la actualidad, que piden con desasosiego ayuda porque no logran entenderse con sus hijos adolescentes. Aunque eso ocurriera no hay que desanimarse: "con los hijos siempre hay tiempo".
Cuando la adolescente ha comenzado a percibir una actitud receptiva y comprensiva en su madre, se confía para consultarle sus problemas con los demás y, en concreto, con los chicos que trata. Por otra parte, es una pena que las hijas –que suelen admirar y llevarse mejor con el padre, que los hijos varones– le pierdan, en ocasiones, el respeto por la torpeza propia de algunos hombres en el trato con ellas o su escasa comprensión de las necesidades sociales de las mujeres.
"¿Qué has hecho? ¿Dónde has estado? ¿Con quién has ido?..." Sobre todo las madres, preguntan demasiado: les aturden. Los padres les sermonean, y es mejor dejarles hablar. Escuchar atentamente, procurar no hacerles preguntas que les distraigan de lo que están contando. Cuando se paran: ¡esperar! (seguro que están pensando cómo decir lo siguiente; o no saben cómo continuar).
Les facilita seguir, repetir, de alguna manera, lo último que han dicho; por ejemplo: "O sea, que tú crees que todo el mundo no es como esa chica…". Nunca escandalizarse de nada que cuenten: "has hecho bien en decírmelo, porque así podemos tratar de darle solución…"
Una fórmula para que el trato con los hijos, en especial con los adolescentes, sea armonioso sería: Hay que conseguir la comunicación, el diálogo, apoyándose en el afecto, para llegar a una forma de amistad propia de padres e hijos, que obliga a escucharse, a dialogar y a negociar lo negociable.
Saben lo que esperamos de ellos, y cómo nos gustaría que se comportasen, porque nos lo han oído muchas veces; es mejor tratar de conseguir que sean ellos mismos los que se paren a pensar y nos digan cómo ven las cosas y qué planes proponen para mejorar.JOSÉ lUIS MOTA. CANARIAS
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
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