La energía mental del japonés se multiplica y fortalece cuando piensa en equipo mientras la nuestra, con frecuencia, se divide y debilita. Nosotros, cuando pensamos juntos, nos enfrentamos demasiadas veces con otros, anclados en opiniones individuales inamovibles que nos hacen perder el tiempo, sobre todo si se mezclan con el amor propio. Pensar en equipo, para los japoneses, no es un proceso dirigido por el jefe y limitado a los de mayor jerarquía. El japonés es un cerebro receptivo; escucha todo lo que se emite desde todas partes, aún desde el nivel más bajo. Muchas veces, el jefe es quien menos habla; no quiere coaccionar a los demás. Y nadie se siente ofendido porque un subordinado diga algo atinado que parece pisarle los talones al jefe. De cualquier cerebro, aunque sea del portero, puede salir una idea atinada.
Este proceso pensante dura mucho tiempo, más del que nosotros los occidentales somos capaces de aguantar. No tenemos paciencia para escuchar aquí y allá, volver a oírlo y repetido, para que todo el mundo lo asimile, lo crea, lo integre y lo haga suyo hasta el compromiso., Naturalmente, el plan de acción resultado de este proceso pensante en lo mejor que se puede hacer. Se han tenido en cuenta todas las variables, no se ha escapado nada. Como en este proceso no ha quedado nadie excluido, todas las personas que deben actuar saben bien lo que han de hacer y cuándo, Se han convertido en músicos de una orquesta sinfónica que deben intervenir en el momento oportuno, cuando reciben la señal del director. Por eso, después, llevan a cabo lo que quieren hacer, del modo más eficaz y sin pérdidas de tiempo ni desgastes. Todas las acciones se acoplan en el tiempo, según un plan previsto.
Nosotros en Occidente, especialmente en España, al completar el proceso pensante hasta el compromiso, entramos en la acción a destiempo y con tonos desafinados. La
orquesta suena mal. Aquí en Occidente, somos muy capaces de pensar bien cómo hay que hay que hacer las cosas, sabemos realizar un plan de acción, una estrategia singular, incluso genial. Hasta aquí somos brillantes, aún para ganar concursos y recibir premios Nóbel. Sabemos lo que conviene y lo que no conviene, si pensamos con calma, sin apasionamientos ni interferencias. Pero en la práctica ocurren muchas de estas interferencias que no somos capaces de evitar. Nos traiciona nuestro temperamento y sobre todo… el amor propio.
He llegado a pensar que los japoneses no tienen amor propio. No se sienten heridos cuando otro les lleva la contraria y les dice que están equivocados. Tal vez tienen una forma distinta de discutir, consistente en “no llevarse la contraria”, es decir, se piensa sin enfrentarse a lo que piensan otro, sin considerar si los dos pensamientos son contradictorios. Nosotros muchas veces discutimos sin estar en desacuerdo y nos ponemos de acuerdo diciendo y pensando cosas que se ponen en evidencia al actuar.
Recuerdo que una vez, regresando de una reunión familiar, un amigo vasco me dijo. “Creo que el mundo se acabará por un exceso de amor propio”. Es el amor propio, real o ficticio, lo que resta eficacia a nuestra capacidad de conseguir realidades. Entre los japoneses, además, no parece haber manifestaciones críticas contra unos y otros. El fracaso no se individualiza. Ha sido, en todo caso, un fracaso colectivo. No se busca el “chivo expiatorio” para quedarse limpio. No hay justificaciones ni excusas.. Y si claramente uno ha sido el principal culpable de un fallo importante, es tanta su vergüenza que más bien se le debe consolar, en lugar de reprimirle, porque de lo contrario se haría el “harakiri.
Esta es la lección que nos dan. Vale la pena aprenderla. Algunos comentan que su modo de trabajar es inhumano, porque trabajan muchas horas y aceptan resignadamente notables sacrificios por la empresa. Se oye decir que, algún día, un sistema tan exigente explotará. La nueva generación se rebelará, buscando permisividades que aminorarán su eficacia. No lo sé. Ellos saben que deben trabajar mucho para sobrevivir, porque no cuentan con reservas para vivir de rentas y además son millones. Tal vez me equivoque, pero creo que su modo de trabajar, coherente, ordenado, disciplinado y responsable, con escasas exacerbaciones de amor propio, es mucho menos cansado que el contrario y, además, sus logros dan muchas satisfacciones.
Vale la pena tratar de imitarles en el modo de actuar, tal como ellos nos imitan cuando nos adelantamos en las ideas
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
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