sábado, 4 de octubre de 2008

MI SUEGRO Y EL COMUNISTA

(Nota: aunque es un artículo largo,merece la pena su lectura)
Leopoldo Abadía - 17/06/2008

Mi suegro era todo un personaje. Abogado, hombre muy culto, con ideas muy claras y posiciones muy firmes Sabía mucho de agua. Había sido Secretario del Pantano de la Peña durante muchos años y se oponía duramente al trasvase del Ebro. Cuando mi mujer y yo íbamos a Zaragoza, nos recibía diciendo: “¡Ya llegan los catalanes, que nos quieren dejar sin agua!” Nos reíamos, le decíamos que lo único que queríamos conseguir era podernos duchar y ahí se acababa el conflicto, hasta el próximo viaje.
Sus ideas políticas también eran muy claras. Había sido Alférez Provisional, se había jugado la vida por los frentes de guerra, y, al menor descuido, te lo contaba, con muchos detalles que iban mejorando y adornándose, año tras año. Jesús era también todo un personaje. Abogado, hombre muy culto, con ideas claras y posiciones muy firmes. Lo que pasa es que era comunista. Muy comunista.

Vivía en Méjico. Casado con Aurora, una mujer encantadora, con las mismas ideas políticas que su marido. La vida del matrimonio había sido dura. Jesús ocupó un cargo importante en el Partido, vivió bastantes años en Francia, al acabar la guerra civil, y pasó a España, donde fue detenido más tarde. Le conocí en Barcelona. Vino en un viaje de negocios, con un permiso especial de 15 días. Nos caímos muy bien. Nuestras mujeres también se hicieron muy amigas.

Durante unos años nos vimos y escribimos con mucha frecuencia. Un día, en Zaragoza, en el antiguo Paseo de la Independencia, me dijo: “Por aquí fui yo, detenido, cantando la Internacional, puño en alto. La cárcel de aquí era muy cómoda, mejor que otras en las que estuve unos cuantos años” .Jesús y mi suegro no se conocían. Tenían, más o menos, la misma edad. Un domingo, en Barcelona, me llamó Jesús. “Estoy de paso. ¿Puedo ir a cenar a vuestra casa?" Montamos la cena inmediatamente y quedamos para vernos por la noche.

Ese mismo domingo, media hora más tarde, nos llamó mi suegro: “Estoy de paso. ¿Puedo ir a cenar a vuestra casa?”. Un hijo mío llama a eso “Patafísica”. Esas coincidencias que suceden de vez en cuando y que te dejan perplejo Total, que aquella noche, puntualmente, se presentaron el Alférez Provisional y el Muy Comunista en mi casa. Como mi suegro llegó antes, mi mujer le puso en antecedentes de quién venía a cenar. Los dos eran personas correctas, pero, como los dos, también, eran muy charlatanes y un poco bocazas, nos daba miedo que se pudiera estropear la cena. Teníamos la sensación de asistir a un encuentro entre “las dos Españas”.

La cena fue increíble. Mi suegro y Jesús conectaron en el aperitivo. Se quitaban la palabra uno a otro, se partían de risa, nos miraban a mi mujer y a mí como diciendo “¡qué poco saben estos!”,…En dos palabras, aquello era un éxito. Lo que pasa es que los éxitos acaban con la apoteosis final. Y de eso me encargué yo. Sin querer. No sé por qué salió el tema de Gibraltar. Fijaos que no es un tema de los que se habla todas las noches en familia a la hora de cenar. Aprovechando que -curiosamente- Jesús y mi suegro se habían callado, me lancé y dije que las reclamaciones españolas sobre Gibraltar no eran más que una manera de distraernos de problemas mucho más serios.

Me arrepentí en seguida. Porque, como si se hubieran puesto de acuerdo, se lanzaron los dos violentamente sobre mí. Que si no era patriota, que si el Tratado de Utrecht,…Mi mujer asistía al ataque, muy divertida y yo lo capeé como pude. Acabó la cena, sin más accidentes. Le llevé a Jesús al hotel. En el camino, me dijo: “¡Qué majo que es tu suegro!” Volví a casa. Mi suegro se quedaba a dormir. Antes de acostarse, me dijo: “¡Tu amigo el comunista es un tío fenomenal!” Pensé que, en aquella cena, el único que tenía que haberse callado era yo.

Me he acordado muchas veces de aquella noche y lo he comentado con mi mujer. Y a los dos nos ha parecido que ese es el camino, que lo de la “crispación” es un invento diabólico, que por qué le voy a odiar a Esteve, mi vecino de arriba, porque tiene unas ideas políticas distintas de las mías. Que para qué sirve recordar lo que me hizo Esteve hace unos años y hace unos meses (dejar que se pasase el agua de su piso al mío, poniéndome el comedor hecho un asco). Que hay que perdonar. Pero que perdonar es muy fácil. Lo difícil es que, además, hay que olvidar. Y si olvido, ya no tengo que perdonar nada, porque se me ha olvidado.

Y esto es a nivel de partidos, de personas, de familias (compuestas por personas), de la calle, de todo. El día que me encuentre a Zapatero y a Rajoy tomando copas con sus mujeres en una tasca y venga a reírse, pensaré que es verdad que España va bien. Hasta entonces, no me lo creo. Y si, alguna vez, Rajoy dice que Zapatero ha hecho una cosa bien, me alegraré más. Y si Zapatero dice que Rajoy no es un cenutrio, más. Y si Llamazares alaba a Duran Lleida, más. Y así, sucesivamente. A mí me parece que alguien debería organizar cenas en mangas de camisa con gente de los partidos políticos, para hablar de sus familias, de los suspensos que tuvieron cuando hacían la carrera, de la moción de censura del Barça, de por qué el Zaragoza ha bajado a Segunda División. Lo único que pido es que me inviten, si un día se les ocurre hablar de Gibraltar. Quizá pueda hacer una aportación brillante como la que hice en la cena de mi suegro y el comunista. Cuenten conmigo. El buen resultado está garantizado. Leopoldo Abadía (Exprofesor de IESE)

No hay comentarios: