lunes, 20 de octubre de 2008

DAVID HUERTA & CUADERNO DE NOVIEMBRE (FRAGMENTOS)

Humo de rosas quemadas en el jardín
donde hemos conocido a la noche
con brazos más extraños que la palabra Deseo,
donde sobrevive un aire de recuerdo inútil,
mordido por la venenosa fragilidad
que distribuye la sombra al pasar,
cuando el frío se transforma en una cercanía
igual a una oscura concavidad
y nuestros ojos tienen un color
escondido que respira con un fulgor
desnudo y desconcertante.

Este frío ha llegado para sembrar
una vinculación que necesitaremos
cuando el indicio de la soledad
nos imprima en la boca un largo
sabor de quemadura.

La 'estatua de la memoria'
se esfuma en medio del día
que retrocede, bajo el viento
larguísimo y exhausto.
El mar de la ciudad pronuncia
sus palabras, crecidas como muescas,
en el sopor del otoño,
y los nombres caen brillando:
incrustaciones blancas en un gran sueño negro.

Sorda es la sombra, encajada en la sal
de la noche que es redonda
como un charco y está sobre la cabellera
del espejo, mojada en chispas,
depositada en los ojos como una donación
de palabras desiertas.

El ojo de noviembre ha tenido
ahora extrañas costumbres,
un guiño triste que se equilibraba
en el clima que pasó como una brasa
sobre nuestras cabezas y sueños,
entre las limitaciones del minuto:
es árido el descenso por la cerrada
orilla de este ojo,
el cuerpo del insomne se dobla
en el vaso amarillo
y distante que es el amanecer
como lento morir sin la fantasía de los héroes,
una cercada excavación
que llega hasta la plataforma primitiva
del sueño,
una piedra que hemos tenido
y era un reflejo de cielo,
la invertida colocación
de lo que se desplaza por los espejos con
un gran temor.

Eso tiene el enorme y triste ojo de noviembre,
y es verdad que hemos permanecido
en ese mirar inalterable y sin
mezcla, hemos sobrevivido ahí sin luz
pero también sin sombra o aire
nutritivo, resistiendo
sobre una 'serie de posesiones'
que era del tamaño de nuestra vida,
que era un papel que respiraba
entre los renglones de la mañana,
que era la ciudad hundida
en el tejido horizontal,
como de fantasma o niño,
de nuestras ideas más confusas,
una extendida palabra en el color
absoluto de la mujer asombrada,
la oscura definición de un agua de muerte
bajo los utensilios
que frecuentaban los aparecimientos vespertinos,
pero también hemos podido sobrevivir
en la Diferencia que es como
un traje aéreo o una pistola,
y es una distancia cubierta
por el vuelo de cierta melancolía
en todo semejante a los minerales,
y es una brizna de tiempo clavada
en todos los pechos...

Aun así el ojo de noviembre
nos ha puesto en las manos una
posesión alguna vez no deseada,
una extrañeza y un sonido profundo,
un cristal ya no sabemos qué se ha disuelto
a nuestras espaldas en la escalera,
en la caída del mes de noviembre
y en sus vértices claros,
o qué palabras ha devorado
el miedo pertinaz
fijándolas en la garganta
con el alfiler del ahogo
y borrándolas con los esplendores del grito.

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