(Leopoldo Abadía- 21/10/2008 06:00h)
Hoy voy a hablar de mí. Ya sé que no está bien, pero resulta que mi mujer y yo celebramos el sábado pasado nuestras Bodas de Oro de matrimonio, y he pensado que, si hablo de mí una vez cada 50 años, no os molestaré demasiado. Mi primera sorpresa ha sido darme cuenta de que, antes, las Bodas de Oro sólo las celebraban los viejos. No sé qué ha pasado, pero ahora las celebramos hasta nosotros. Cosas de los tiempos.
La ceremonia ha sido muy bonita. El sacerdote ha estado espléndido y, al bendecir otra vez las alianzas, yo he notado que me volvía a casar con aquella chica tan maja. La comida, después, fenomenal. Verse rodeado de 12 hijos, 36 nietos y muchos, muchos amigos, te llena el alma. Luego, vídeos, canciones, fotos… Y mi mujer y yo conseguimos encontrar la mueca de media sonrisa-media no sonrisa, con la que evitamos llorar abiertamente, con gimoteo.
Al acabar la comida, uno de aquellos amigos, que estuvo en mi boda y que, por eso, ahora tiene 50 años más que entonces, me ha dicho: “Eres un egoísta”. Me he quedado de piedra y he recordado a mi vecino de San Quirico, porque yo pensaba que estas cosas sólo las decía él. El inconveniente que tengo es que cuando me quedo de piedra, se me nota. Y en ese momento, sea el de San Quirico o el otro o quien sea, atacan. Y siempre pierdo.
Éste me dice que lo lleva pensando mucho tiempo. Y lo suelta: “Sí, eres un egoísta. Y tu mujer, también”. ¡Lo que me faltaba! Además, insulta a mi mujer. Continúa: “Sí, porque con este tinglado que habéis montado, con tantos hijos, nietos, nueras, yernos, amigos y amigas, no tenéis un momento de soledad”. Y añade: “Y hay mucha gente que sabe lo que es la soledad. Y no sabes lo que se sufre”.
Después de tanta fiesta, no estoy como para pensar mucho. Pero, mientras voy dando besos a unos y a otras, repaso sin querer un poco mi vida y me doy cuenta de que es verdad, que mi mujer y yo no estamos solos nunca. Que para estar solos, tenemos que irnos a cenar a ese restaurante que está a 20 Km. de San Quirico. Y que sí, que vamos allí para contarnos cosas, para mirarnos a los ojos, etc. Pero que también vamos para escaparnos un poco del lío que hay en casa.
Al acabar la celebración, nos vamos a casa. Está llena de ramos de flores. Nos quedamos solos un rato mi mujer y yo, porque los hijos han decidido irse juntos al Montesquiu (se escribe así) para comentar lo bien que ha salido todo. Le digo a mi mujer que es una egoísta. Pone cara de sorpresa y se lo explico.
Mientras hablo, veo que sonríe. Cuando me callo, ella, que es de pocas palabras, me dice: “¡Bendito egoísmo! Habría que pedir a nuestros hijos, a nuestros nietos y a nuestros amigos que nos ayudasen a ser cada día más egoístas”.
Eso hago.
www.leopoldoabadia.com
Diario de Molinoviejo (V)
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