Este mes de abril, nos dejaron Tucha y Enrique. Los dos se parecen en algo fundamental que les ha tocado muy dentro: el dolor en la enfermedad. Ella fue esposa de un buen amigo, Juan Antonio, y madre de tres hombres de bien. Su vida, como decía antes, estuvo señalada con la enfermedad desde hace años. En cierta ocasión me decía que había pasado por el quirófano muchas veces, de tal forma que ya había perdido la cuenta. Se formó en el colegio de las Josefinas, en régimen de internada, aspecto este que le dio una gran disciplina y fortaleza, por lo que era difícil escuchar un lamento o queja. Solía sentarse ante el piano para ejercitar sus dedos y de alguna forma distraer a los demás con la música. Juan Antonio, la adoraba y estaba muy pendiente de ella, al igual que sus hijos y demás familaires. Fue una mujer alegre y cariñosa con todos.
Tucha nos dejó hace unos pocos días, sin dar la lata, con una gran resignación ante la voluntad de Dios. ¡Qué gran mujer y qué pendiente estaba de los que íbamos a estar un rato con ella!. ¡Cómo nos piropeaba, siempre que la ocasión se presentaba! Ha dejado un gran vacío entre los suyos que será difícil llenar.
En otra parte de España, en el Levante, Enrique se nos fue unos días antes. Le conocí desde joven en África, “desde donde hace años vine”. Pertenecía a una familia de emigrantes -¡quien lo iba a decir con el paso de los años!- que se asentó en el Norte de África. Mis padres también hicieron igual y formamos una colonia de europeos –“aromis” en el dialecto chelja (árabe)- donde nos conocíamos todos. Un punto de reunión era la misión de los Padres Franciscanos, donde acudíamos los domingos y festivos para cumplir con la condición de cristianos. Enrique era funcionario de la Junta española en aquel país.
A comienzos de los cincuenta, sintió la vocación al sacerdocio. Ya pasaba de los treinta y muchos años. Respondió a la vocación y se ordenó sacerdote. Más tarde, después de ejercer su función en África, se trasladó a la provincia de Granada, en la fría sierra, en un pequeño pueblo donde pronto se hizo querer de los paisanos, por su agradable carácter. Y de allí se trasladó con sus padres y hermano Juan Vicente, al Levante español, donde estuvo en un colegio de capellán al mismo tiempo que ejercía de sacerdote en una parroquia. Para él no había reloj, ya que se entregaba a las personas: sabía aconsejar a los jóvenes estudiantes, a los padres y a los amigos que le conocieron en su larga existencia.
Estas Navidades tuve la dicha de estar con él, ya muy mermado en sus fuerzas. Llevaba con gran entereza la enfermedad.. Ha dejado entre sus familiares, alumnos y amigos un gran huella.. ¿Qué tendrá el dolor que Dios lo manda a las buenas personas? No sé dónde leí hace días que “se parece al estiércol,-algo desechable- que produce esas flores tan olorosas y hermosas”. Por algo es la Cruz –el dolor- la señal del cristiano, aunque muchas veces nos quejamos cuando no entendemos lo que Dios permite: un terremoto, la hambruna de miles de personas, la muerte de las criaturas, las guerras donde mueren inocentes o quedan inválidos por las bombas antipersonas. ¡Qué asignatura pendiente es el dolor…!
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
No hay comentarios:
Publicar un comentario