domingo, 21 de septiembre de 2008

UNA PERSONA ESPLÉNDIDA Y SENCILLA

Ayer sábado me acerqué a un lugar lejano del hogar a echar la caña para intentar alguna buena pieza. Cada vez me acuerdo más de la novela “El viejo y el mar” del premio Nóbel, Ernest Hemingway gran aficionado a los encierros de Pamplona. Y digo esto, porque la pieza tarda en llegar. Esperé el autobús y cuando iba a subir a él me encuentro una cartera, el plena calle, que rsultó ser de un chico que la acababa de perder. Apareció en ese momento y con la cara algo desencajada se dirigió al chófer; cuando le extendí la cartera, ¡no se lo creía!. No sé si me dio las gracias, pero se fue la mar de contento.

El autobús me acercó al lugar desde donde podía conseguir la gran pieza del día. Había allá otros pescadores. Les saludé con la clásica pregunta de si entraban las piezas y tal. Uno de ellos llevaba dos grandes cajas de todo tipo de artilugios y parecía un gran experto. El tiempo nos dijo que ayer no cogió pieza alguna. Cuando comenzó una ligera brisa, recogió la caña y marchó deseándonos a los demás “suerte” . No me gusta nada esta palabra, pues pienso que en la pesca, como en la caza y tantos otros deportes, o sabes hacerlo o no consigues nada. Otro asunto es el éxito del principiante que todos conocemos y que suele ocurrir una sola vez.

Estaba otro pescador, llamado José que también se le da este arte, enseñando a su hijo. Inmediatamente me di cuenta que José era una persona espléndida y sencilla. Sabe de fútbol un montón, de estrategias y de asuntos relacionados con el mismo deporte. Espléndido porque estaba a lo suyo, que es la pesca, pero estaba pendiente de los demás: del hijo suyo, del hijo del amigo y de quien se pusiera a tiro. Hablaba de fútbol sin cesar con el padre de Miguel, el otro amigo de su hijo –unos once o doce años cada uno- y cuando tuve un cambio de aparejo, el sedal era demasiado fino y no era capaz de aguantarlo entre los dedos –era demasiado fino- y que se escapaba. Le dije nada más que – “Oiga, José…” Y me resolvió la papeleta.

Me animó acercarme al lugar donde entraban las piezas, cosa que en otros pescadores no es normal. Te miran por encima del hombro y esconden el sitio como si fuera el Tesoro Escondido de los mares. José nos dijo que para que merezca la pena se debería pescar cerca de cincuenta y pico de piezas. En este caso era chipirones, unos grandes y otros menudos. Llegó un viento, propio del cambio de la tarde a la noche y tuvimos que abrigarnos debidamente. Y empezaron a entrar las piezas y José no paraba de –con sencillez y buen garbo- iba dejando las suyas dentro de un bolsa de plástico sin manchar el recinto aquel de la negra tinta que suelen expulsar cuando se ven atacados, dentro o fuera del mar.

Llevaba una buena cantidad de piezas, cuando habló de echarse un pitillo y cedió la caña al amigo, el padre de Miguel. Este dijo que no sabía nada de pesca, pero tomó la caña para que José pudiera fumar el pitillo. Un momento después debí pedirle otro favor de experto y me resolvió la papeleta con rapidez y como el que hace las cosas con naturalidad. Y llegó otro joven pescador, con mochila a los hombros y su lata de Fanta. No se le veía casta de pescador, pero todo podría ocurrir…

Saqué de la mochila un bocata y una cerveza sin alcohol. Invité a mayores y pequeños, pero nadie aceptó y agradecieron el detalle. Y la pieza que no subía, ni grande ni pequeña. ¿Pero qué estará fallando? Saqué en claro algo importante, que debo añadir al aparejo la próxima vez. Un artilugio que da una luz amarilla que debe atraer a las sepias…

Pregunté a qué hora saldría el último bus del lugar aquel y aquí José tuvo un detalle que sólo lo tienen los tíos grandes. Preguntó que por donde vivía y le pidió a su hijo “casi por favor” si tenía inconveniente en que me trajera en su coche, “ya que pasamos casi de camino” (nada de nada, porque se tuvo que desviar bastante). Pero es que antes regaló todas las piezas al amigo suyo y a su hijo Miguel para que las tomaran como un aperitivo hoy domingo. (Se me olvidaba decir que José está “ainda máis” en el paro, ya que se niega a firmar un recibo de mil y picos de euros que le ofrece el patrón y le entrega sólo ochocientos). Cuando veníamos para casa me contó que lleva unos quince años dedicado al percebe y ahí es donde José saca unos euros para mantener a su familia. José es una persona espléndida y sencilla por lo que pude deducir ayer.

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