A mi amigo Agapito hace tiempo que no le veo. Hoy debería felicitarle, pero el lo celebra en otra fecha. Agapito es farmacéutico y tiene montada una hermosa farmacia. con rebotíca –por su belleza y amplitud- en una ciudad de Castilla León. Cuando viajamos por Navidades suelo acercarme a saludarle, comemos, nos vemos y recordamos tiempos. ya idos. Agapito hizo de todo. Se dedicó a la enseñanza y educación en un colegio, de ahí viene la amistad con él. Lo hacía realmente bien y sus años dedicados a esta noble tarea le dieron motivos más que suficiente para escribir un folleto de “Cómo educar a los chicos en la fortaleza”.
Aconsejaba a los padres su lectura para que lo pusieran en práctica con la prole en multitud de veces: aprender a no quejarse por pequeñeces, cuando la comida está fría o la sopa quema al tomarla, cuando unos 37º quieren al alumno no dejar la cama y acudir a clase, la ducha fría en pleno invierno, la salida al campo aunque caigan “chuzos”, estudiar con seriedad y realizar las tareas escolare cada día, sin tregua alguna, llevarse bien con los hermano@s sin hacerles la guerra continuamente, etc.
Agapito preparaba con esmero sus clases y, además era una persona elegante, cuando acudía cada día a sus clases. Era –seguirá siendo- un gran aficionado a las salidas al campo y enseñarle a los alumnos a contemplar animales, plantas y minerales. Animaba y lo proponía en las clases a coleccionar –colocando el nombre correspondiente a cada cual- bichos, plantas y minerales. Después buscaba quienes les facilitara unas lupas –e incluso unos microscopios- para poder ver con más detalles células, minúsculos mosquitos que entonces parecían dinosaurios (aunque por aquel entonces no se hablaba de ellos).
Hacía sus clases amenas y una gran amistad nacía entre profesor y alumnos; los fines de semana aprovechaba para visitar lugares típicos –monte, río, playa, laguna- que muchos desconocían y los chicos volvían contando maravillas a sus hogares por lo que habían aprendido. El medio de locomoción -era en muchas ocasiones el tren-, al que algunos nunca habían subido y les parecía genial a pesar de las "carbonillas" y el chacachaca monótono y cansino.
Agapito dejó la educación, en parte, cuando marchó de Galicia. Allá en su tierra se dedica, como dijimos, al trabajo de laboratorio en una farmacia y ha conseguido fórmulas mágicas para diversas dolencias o, sencillamente, para mejora del cabello o la piel. ¡Felicidades, Agapito, aunque no celebres tu onomástica hoy! Y gracias por lo que hiciste en esta tierra gallega. José Pardo
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
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