sábado, 28 de marzo de 2009

UNA NUEVA DIMENSIÓN DE LA VIDA

El piloto Chuck Yeager inició la era de los vuelos supersónicos el 14 de octubre de 1947, cuando rompió la famosa barrera del sonido, aquel "invisible muro de ladrillos" que tan intrigado mantenía a todo el mundo científico de la época.

Por aquel entonces, bastantes investigadores aseguraban disponer de datos científicos seguros por los que la barrera del sonido debía ser infranqueable. Otros incluso decían que cuando un avión alcanzara la velocidad Mach 1 sufriría tal impacto en su fuselaje que reventaría. Tampoco faltaron quienes aventuraban posibles saltos hacia atrás en el tiempo y algunos otros efectos sorprendentes e impredecibles.

El caso es que aquel histórico día de 1947, Yeager alcanzó con su avión Bell Aviation X-1 la velocidad de 1126 kilómetros por hora (Mach 1.06). Hubo diversas dudas y controversias sobre si verdaderamente había superado esa velocidad, pero unas semanas después alcanzó Mach 1.35, y más tarde llegó hasta Mach 2.44, con lo que el mito de aquella barrera impenetrable salto hecho pedazos.

En su autobiografía, Yeager dejó escrito: "Aquel día de 1947, cuanto más rápido iba, más suave se hacía el vuelo. Cuando el indicador señalaba Mach 0.965, la aguja comenzó a vibrar, y poco después saltó en la escala por encima de Mach 1. ¡Parecía un sueño! Me encontraba volando a una velocidad supersónica y aquello iba tan suave que mi abuela hubiese podido ir sentada allí detrás tomándose una limonada".
"Fue entonces cuando comprendí que la verdadera barrera no estaba en el sonido, ni en el cielo, sino en nuestra cabeza, en nuestro desconocimiento".

En la vida diaria puede sucedernos a veces algo parecido. En nuestra cabeza se levantan muchas barreras a nuestra mejora personal: defectos, limitaciones, circunstancias exteriores, etc. Y quizá nos parecen auténticas murallas imposibles de superar, o al menos pensamos que superarlas supondrá un esfuerzo tremendamente ingrato y difícil.

Sin embargo, es muy probable que la realidad sea distinta, y que esas barreras sean franqueables, que las podamos superar. Y cuando se superan observamos que la realidad era bien distinta, y que nuestro principal problema era que no conocíamos bien lo que había detrás, y que quizá por eso no nos decidíamos a hacer lo necesario para dar el paso.

Superar la barrera de nuestros defectos, limitaciones o condicionantes personales es algo que, sin ser fácil, no es tampoco tan difícil. Y sobre todo, cuando lo logramos, nos encontramos –como experimentó Yeager aquel histórico día– con una nueva dimensión de la vida, quizá desconocida hasta entonces para nosotros, y que resulta mucho más satisfactoria y gratificante de lo que podíamos imaginar.

El camino de la virtud y de los valores es un camino que permanece oculto para muchas personas, que lo ven como algo frío, aburrido o triste, cuando en realidad la mejora personal es un camino siempre menos fatigoso, más alegre, más interesante y más atractivo.

Parece obvio que trabajar de mala gana, hacer siempre lo mínimo posible, mostrarse egoísta e insolidario, etc., es más frustrante y triste que trabajar con empeño e ilusión, ayudar en lo posible a los demás y procurar hacerles agradable la vida.
Es preciso dejar de mirar el lado antipático que siempre presenta cualquier esfuerzo, y observar un poco más su lado atractivo, su rostro amable, su efecto liberador.

Aquel famoso debate de hace más de medio siglo se repite con frecuencia en la vida diaria de muchas personas. Quizá lo mejor sea superar esas inercias del pasado, atravesar esa barrera del cambio personal y ver qué sucede. El resultado será sorprendentemente alentador, sin duda. Alfonso Aguiló Pastrana. Director Tajamar y autor de numeroso artículos y libros sobre Educación

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