Impresiona y edifica ver cómo muchos intentan superar estos tiempo de crisis con la medicina de la autenticidad, el rigor profesional e incluso con una gran fortaleza ante las contrariedades. Pero qué tremenda injusticia la negación del derecho al trabajo que están sufriendo tantísimos conciudadanos nuestros.
El caso es que, en conversaciones con muy diversos profesionales he descubierto claros deseos de rectificar prepotencias, vanidades y egoísmos, que han sido fermento de la negrura económica y de valores que tenemos encima. En una reciente sesión sobre liderazgo en equipos de trabajo, debatíamos sobre los tres puntos necesarios para constituir un buen equipo: Aportar, cada uno de los miembros, talento, compromiso y equilibrio. Sí, de acuerdo. Pero yo diría otro más: ¡Buen humor!
Y es que, nos topamos con algunos que piensan que no es necesario sonreír, ni hacer la vida agradable a los demás. Muestran una tirantez tan grande en la relación que «piden a gritos» poder ser enseñados a disfrutar de la vida, a valorar la hermosura de lo pequeño y lo humilde. Sí, está claro, muchos van a necesitar bajar de su pedestal de cartón piedra, que es precisamente el que les impide triunfar de verdad. Aunque no es tan fácil, pues ocurre, en muchas ocasiones, que encontramos en los medios de comunicación, o incluso entre los mismos gobernantes, personas que deberían ser luz y son oscuridad, y nos ponen serias dificultades para aspirar a la excelencia personal y colectiva: La desinformación y el relativismo campan a sus anchas.
Es como aquello del escritor británico C. S. Lewis, cuando dice: «Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud e iniciativa. Nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros. Castramos y exigimos a los castrados que sean fecundos». Hemos de recordar que la dignidad de la persona no admite rebajas. Y también que la dignidad moral se ha de poder aumentar con el libre y personal proceder, de todos y cada uno. Ese es el gran reto de la humanidad de ayer y de hoy. Esa es la gran esperanza. El hombre y la mujer progresan, o lo que es lo mismo superan las crisis, en la medida en que intentan acercarse a la elevada dignidad de su propia persona y actúan con coherencia y honradez, día a día.
¡Sí, vamos a salir de esta crisis, económica y de valores humanos! Para ello, evitemos considerar nuestros afanes de superación y mejora como utopías irrealizables, pues creo que pueden ser referencia para un gratificante punto de llegada, personal y colectivo. Nos urge aprender con lo cotidiano, entrenarnos en las dificultades desde pequeños, aportar soluciones creativas y sacar buen rendimiento a los propios talentos. Pues, venga, afrontemos con audacia y amplia perspectiva los problemas y las soluciones. Evitemos los apaños inconsistentes y miopes, que son pan para hoy y hambre para mañana. Es imprescindible reconocer los errores, sólo así se puede recomenzar. Y también desarrollar proyectos a largo plazo, con amplios consensos, cuyo objetivo sea el progreso de todos.
Sabemos que la clave para vivir bien es obrar bien. Y para eso, deberemos atender a los aspectos intelectuales de la moralidad, pero también encontrar sus dimensiones emocionales y afectivas. O sea, recuperar «el sentido del otro». Con buenos hábitos que canalicen y orienten bien pasión y razón, ambas siempre muy necesarias, ya sea en tiempos procelosos o de bonanza. Pero sin miedo, ya que en el aprecio a los demás no se pierden ni la iniciativa, ni la autonomía personales, sino que ambas se solidarizan libremente con quien tengamos más o menos cerca, más o menos lejos.
Llenemos la convivencia de conversación y de comprensión; con la alegría de compartir esfuerzos por el bien común; con la sincera tolerancia de quien tiene principios claros; con el respeto que evita prejuicios y falsedades. Para tomar fuerzas en esta tarea de construir una esperanza más compartida, tal vez nos sirva el estímulo de pensar en los más pequeños y su futuro. Y así, vernos como decía Juan Ramón Jiménez: «Platero, no sé si entenderás o no lo que te digo: pero ese niño tiene en su mano mi alma».
¡Pues eso! ¡Y viceversa! Emilio Avilés Cutillas. Profesor Pedagogía Terapéutica. Subdirector de “Educar es Fácil”
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
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