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Ante los graves problemas de violencia que se están produciendo en nuestra sociedad, es un despropósito que únicamente se piense en adoptar medidas «a posteriori». Además de pedir que se haga justicia y se defienda al más indefenso, habremos de exigir que en nuestro país los gobernantes faciliten un clima de buena convivencia entre las gentes.
El bagaje intelectual, afectivo y moral de los ciudadanos ha de ser de la mayor excelencia. Esto redundará en unas buenas relaciones humanas —ayudar y dejarse ayudar— como tónica habitual. Para eso precisamos una revolución ética, que dé felicidad a nuestro andar humano y acreciente nuestro amor a la vida.
Pero ¡ay!, ese buen ambiente no sale solo. Se ha de construir y para ello es imprescindible apoyar más y mejor a las familias y a los profesionales de la educación. Es evidente que se necesitan medidas creativas, originales, modernas y eficaces, no sólo punitivas.
Por ejemplo, y sin ir más lejos, hemos podido ver hace muy pocos días, admirados-deslumbrados-seducidos, la entrega de los Oscar de este año. ¿A quién no le va a atraer el arte y la belleza? ¿Quién no se va a alegrar con el éxito de Penélope Cruz en estos renombrados premios del Séptimo Arte? Oscar.Pues bien, considero que el cine puede ser «el medio estrella» para toda esa reintroducción de los valores éticos y morales, puede ser palanca que multiplique la educación y cultura de todos. Y, en la actualidad, es obvio que no lo aprovechamos suficientemente.
Ya sabemos que el cine es entretenimiento, arte e industria. Pero no olvidemos que es un gran generador de nobles ideales, de estilos de vida y de conocimiento personal. Es una referencia incluso de autoridad social, que puede complementar estupendamente a la familia, a la escuela y a las instituciones de cualquier país.
En la gran pantalla, también en la pequeña con las populares series televisivas, se presentan conflictos resueltos de maneras concretas. Eso ya es una enseñanza y un estímulo para analizar valores y contravalores. Pero no «como sea», pues la novedad o la moda no pueden ser automáticamente sinónimos de belleza, ni la experiencia subjetiva de cada uno ha de suplantar a la naturaleza humana.
Mediante el cine todos somos llamados a compartir sensibilidad y sensaciones, miedos e ilusiones. Eso ya es una eficaz forma con la que superar las barreras de prejuicios y falsedades que a veces hacen irrespirable el ambiente político y social.
Es verdad que la realidad supera a la ficción. ¡Sí!, pero un aviso: Con demasiada frecuencia, la ficción reiteradamente vista, sin espíritu crítico, provoca desajustes conductuales graves.
Hace que la posterior realidad de algunos sea dramática, que no respete la vida, ni la libertad propia, ni la ajena: Una marejada de infelicidad, como la que invade a tantas familias rotas, o a aquellas que sufren la más cruda violencia o injusticia en sus propias carnes.
Si, como sabemos, el cine es capaz de hacer rectificar conductas y llega a todo tipo de gentes, a qué esperamos a que sus contenidos estén de acuerdo con los valores humanos y promuevan, sin complejos, las virtudes sociales. Considero que los medios audiovisuales en general, y el cine en particular, no nos han de invitar al aburguesamiento, la autocomplacencia o la inactividad. Todo lo contrario, han de provocar una reflexión crítica, despertar el buen humor y el sentido común. Seremos conscientes de la maravilla que hay, y se puede construir aún más, dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
Por eso, sin llegar a ser nunca sosos o mojigatos, una cosa será relajarnos viendo una película y otra muy diferente tragar barbaridades que vayan contra nuestros propios principios y encima decir que son algo estupendo, sólo por el hecho de que lo diga una diva del celuloide o un galán afortunado. En todo caso, disfrutemos del buen cine y respetemos y hagámonos respetar. Emilio Avilés Cutillas, Profesor de Pedagogía terapéutica. Subdirector de “Educar es fácil”
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
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