Estos días viajamos un amigo y el que suscribe por la piel de toro. Fueron más de mil kilómetros entre ida y vuelta. Esto da para mucho si observas el entorno –preciosa Galicia, en plena primavera, con todos los matices del verde, sin quitarle valoración a Castilla o León, con sus campos, o bien el País Vasco- y más aún si escuchas al vecino de turno en el lugar donde debes tomar calorías y llenar de combustible el depósito del vehículo.
De estos personajes varios quisiera destacar a dos, con los que mantuvimos una conversación que valía la pena porque era el termómetro de la situación laboral de parte del sector industrial de nuestra patria llamada España, aunque le moleste a más de uno. Porque si jugamos el Campeonato de Fútbol de Europa dentro de un mes escaso, todos diremos que vamos con España, aunque nos echen del mismo antes de los cuartos. Y haremos cálculos cuántos puntos cosecharemos en la primera ronda. Aplaudiremos los goles de nuestra España. ¿Y por qué en lo demás no nos enorgullecemos por igual? ¡Somos geniales! Vivimos una doble cara. ¿Quizás sí?
Seguimos narrando. Era un lugar, donde comimos, abarrotado de camioneros. Y nos tocó compartir mesa y mantel con dos del gremio tan castigado como es el del transporte por carretera: los camioneros. Esos que se pasean por nuestra España, de arriba abajo o de izquierda a derecha, muy solos ellos y que esperan jubilarse cuanto antes –si pudiera ser a los 60, mucho mejor- para estar más tiempo con la esposa, hijos y nietos. Uno de ellos era navarro –le llamaremos Fermín- con unas manos fuertes, uñas pequeñas y ennegrecidas por la grasa del vehículo, bajo de estatura, pero fuerte como el que más. El otro debía ser andaluz por el acento, de Málaga más o menos: Antonio por lo menos.
Cada cual pidió su menú de la carta que nos mostró la camarera. Elegimos en un setenta y cinco por ciento paella, además de algo que se pegase a la tripa de buen año y nos sirviera para lo que faltaba de trayecto. Antonio nos comentó que dentro de pocas horas debía aparcar el vehículo suyo en un área de servicio y echarse a descansar porque el día anterior se había pasado más de diez horas y “eso el tacógrafo no te lo permite el reglamento”. “Te puede caer una multa que te fastidie el día o el mes”.
Intervino después Fermín: “Aquí lo que es preciso hacer es ir a una huelga general de camioneros y verían más de uno, cómo se enteraban de lo que nos pasa” “¿Y qué es?”, intervino alguien. “¡Joder, tío!, pues nada más que el gasoil está más caro que la gasolina y encima nadie hace nada porque baje de precio”. “¡Tenga usted en cuenta que mi jefe tiene una flota de más de cien camiones1 ¡Y esto se dice pronto, pero quién aguanta día tras día este ritmo!” “Hice cuentas años atrás, cuando lo de la peseta, y vamos para atrás” “¿Cree usted que podíamos ganar treinta mil pesetas en un viaje de ida y vuelta, ganar sólo para los gastos, ir de un sitio a otro sin parar.”
Antonio intervino, más suave que Fermín, pero dijo cosas de interés. Por ejemplo que él trabaja desde hace años en la misma empresa, que el jefe suyo es más sensato que otros y que no les tiene en cuenta cuando utilizan las autopistas para llegar antes al destino con la mercancía y que no les descuenta de su paga el importe de las mismas autopistas porque piensa que es bien para la empresa…
Fermín añade a estas ideas de Antonio, que el jefe suyo es algo interesado –barre para él- y que no les pasa ni una. ¡Pobre del que vaya por una autopista! Les cobra todo. También, es verdad, añade Fermín, que el setenta por ciento de los empleados -los camioneros- son inmigrantes y que en más de una ocasión le han llevado un camión, con la carga incluida, la vendieron y dejaron el trailer en una carretera abandonado. Tuvo que usar hasta un helicóptero para localizar el camión, después de días sin saber nada del que lo llevaba y encontrarse el vehículo vacío del todo…
Se habló de la dureza de este trabajo en los inviernos, de que en la actualidad, desde hace muchos años, sólo viaja un chófer, con toda la responsabilidad para él solo, la lejanía que supone vivir día tras día fuera de la familia, viajando los domingo y festivos, por la prisas dichosas…
Terminamos de comer y cada cual se pidió un café. Nos despedimos deseándoles lo mejor para estos días de primavera, en los que se puede viajar con más luz natural y que se arreglen algunas de las muchas aventuras que salieron en la conversación, entre plato y plato.
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
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