domingo, 11 de mayo de 2008

EL HONOR. VIRTUDES & VALORES HUMANOS

Tiempo aproximado de lectura 2:30 m.

El hombre, para llevar una existencia digna de él, necesita algo más que el aire y el alimento. Debe ser valorado como persona humana dotada de derechos inviolables. La dignidad del hombre proviene de su espiritualidad, por la que ocupa un lugar sólo un poco «por debajo de los ángeles» (Sal 8,6). Pero como sabemos, el hombre es un ser esencialmente social. Por más que su finalidad sea personal, necesita, para realizarse totalmente, la comunidad, la cual por su parte, viene soportada por él. Con esto, llegamos al concepto del honor. El mismo no es sólo un concepto privado, sino también social. Por honor se entiende el reconocimiento del valor de una persona en sí y en su importancia para la comunidad. En esta definición están comprendidos todos los elementos del honor: la perfección de la persona como tal y su aportación a la comunidad.

El derecho que proviene de la condición de persona es un derecho fundamental que afecta a toda persona, sea buena o mala, eminente o insignificante. A este honor común a todos los hombres viene a unirse después una cualificación especial. Este aspecto del honor suele recibir el título de «fama», o «buen nombre» y ambos conceptos llevan aparejados un cierto merito personal. De este merito depende también el honor externo que la comunidad tributa a la persona. Toda profesión tiene un cierto derecho al honor, ya que por ser profesión y por estar dirigida a la comunidad tiene valor. Esto no quiere decir que ciertas profesiones no tengan una trascendencia especial, siendo por ello dignas de una particular estima.

Si consideramos esto más de cerca, podemos ver las dos caras del honor: una interior y otra exterior. La interior está basada en el valor real de la persona, mientras que la exterior consiste en el reconocimiento y aprecio por parte de la comunidad. Aquí, en este punto, puede entre ambas existir una contradicción, cuando la falsedad, la hipocresía y otras circunstancias encubren la falta de valor interno de la persona y mantienen artificialmente un aprecio exterior en algún modo justificado. Puede también ocurrir el caso contrario: que, a pesar de los valores internos, no se logre su reconocimiento exterior. Cuantas veces la comunidad ha ofrecido sus laureles a los que ya estaban muertos. Vivimos en un mundo no pocas veces con demasiados conflictos. Muchos medios de comunicación atrapan y mantienen la atención de las masas con tres armas que particularmente son las que más perjudican al honor de las personas. La difamación, la calumnia y la injuria. Armas que parecen traer más beneficios que el mismo honor. Cuantas veces la televisión y ciertos medios de comunicación «cazan» noticias comunes y las transforman en una bomba a punto de estallar. En esta cacería, toda noticia es válida para el sagrado altar del chisme ante el cual muchos hacen reverencia como si fuera lo único seguro y verdadero.

Sin lugar a dudas, el honor no es una de las virtudes que se tienda proteger, ni valorar, al contrario, es donde más se ataca con tal de conseguir ciertos objetivos. Siendo el honor un factor necesario tanto para nuestra propia vida como para la comunidad, tenemos el deber moral de velar por el y defenderlo. El mismo Jesucristo veló por su honor, tanto en sus disputas con los fariseos como, sobre todo, en aquella ocasión en que dijo: « Si he hablado mal, muéstrame en qué ha sido, pero si he hablado bien, ¿porqué me pegas? (Jn. 18,23). Sin dudas que la manía de títulos y el afán de honores externos son hoy para muchos, una gran necesidad. A nosotros, como buenos cristianos que deseamos ser, nos corresponde mantenernos siempre con los ojos hacia el Padre. Ya que El cuidará de nuestro honor, y bajo sus principios podremos gozar del tan deseado «buen nombre», no solo por nuestras obras exteriores sino por nuestra riqueza interior. La correcta participación en la vida comunitaria, en el vecindario, en el trabajo, y en nuestras responsabilidades como ciudadanos serán puntos importantes en la construcción de la personalidad y en el reconocimiento de la comunidad. Pedro Adrián Peirme. Teólogo. Filósofo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No me había quedado tan claro este concepto del honor hasta que por casualidad llegué a esta página, el mensaje está lleno de sabiduría y con las mejores referencias, por favor sigan haciedndo estas publicaciones.
gracias.