martes, 8 de julio de 2008

T E S T I M O N I O S: DESDE EL QUIRÓFANO

Salvatore Di Stéfano es un siciliano que trabaja en el Hospital ClínicO Universitario de Valladolid. Tiene 41 años y es cirujano cardiovascular. Su mujer, María, es enfermera

Hace unos días has tenido una experiencia profesional novedosa…

-Sí. Se trataba de un implante quirúrgico directo de células madre de la médula ósea en la zona infartada del corazón en una fase subaguda, o sea, precoz. No hay noticias de que un implante de estas características se haya realizado en el mundo. Pedí muchas oraciones a mi familia y a mis amigos. Gracias a Dios todo salió muy bien.

-¿Estás acostumbrado a afrontar retos de estas características?

-No puedes acostumbrarte. Siempre está en juego la vida de una persona. Se trata de algo muy serio. Aparte de las cirugías ordinarias, he participado en más de sesenta trasplantes de corazón. El último fue anteayer. Me llamaron a la una de la madrugada. Había que recoger un corazón en Valencia. Fui y volví en avión. A las seis de la mañana ya estábamos trasplantando el nuevo corazón al paciente de Valladolid. Esto da experiencia, pero jamás puedes ni debes acostumbrarte.

-¿Resulta fácil el trato con los pacientes?

-Trato de ver a cada uno como una persona y un hijo de Dios que sufre con sus circunstancias muy particulares. Aparte de la competencia profesional, el trato agradable del médico, la información detallada, una caricia…Todo supone un balón de oxígeno para el enfermo. Le ayuda a llevar su enfermedad con más optimismo.

-¿En las operaciones de alto riesgo, informas a los pacientes?

-Intento hacerlo con mucha delicadeza, pero con sinceridad. Procuro que se quedan más serenos. La realidad es que el enfermo prefiere entrar en el quirófano sabiendo lo que pueda ocurrir. Esto me ha hecho meditar en las palabras del Señor “la Verdad os hará libres”. Esta frase, aparte de su alto contenido teológico, en el plano psíquico también es una realidad palpable. Jesucristo era también un excelente psicólogo.

-Naturalmente. A veces, si puedo, les sugiero la posibilidad –en el caso de que sean católicos- de que vean al sacerdote. La respuesta siempre ha sido positiva. También aviso al sacerdote cuando en el quirófano veo que el paciente puede morirse. El sacerdote le da la absolución sub conditione y le administra el Sacramento de la Unción de Enfermos, que también tiene la virtud de sanar: en ocasiones ha ocurrido que el paciente mejora de modo asombroso. Mis colegas ven todo esto como lo más natural.

-En este sentido, el espíritu del Opus Dei me ayuda mucho todos los días. Entre otras cosas, hago media hora de oración y oigo Misa a las siete de la mañana. En mi oración incluyo a todos mis pacientes y particularmente a los que voy a operar ese día. Sigo haciéndolo en el trayecto al hospital y antes de la intervención. Ofrecido todo a Dios, me concentro en la cirugía y rezo en los momentos en que surgen dificultades.

-¿Pasas muchas horas en el quirófano?

-Dentro del quirófano el tiempo no cuenta. Me esfuerzo en hacer todo lo mejor que puedo, sin mirar nunca el reloj. Luego suelo visitar al paciente dos veces cada día y me informo de su evolución todos los fines de semana. He aprendido de San Josemaría la importancia de esforzarme por realizar el trabajo con la mayor perfección posible, aunque cada día experimento mis propias limitaciones.

-¿Cómo ven tus hijos este trabajo?

-Tengo cinco hijos entre los catorce y siete años. Hemos hecho un pacto: ellos rezan por los pacientes y yo lo hago por sus exámenes.

-¿Y tu mujer?

-María trabaja como enfermera. Es consciente de las repercusiones de mi profesión. Su apoyo es clave en todo momento. Cuando surge una emergencia –algo frecuente- no se queja porque tenga que marcharme y eso suponga suspender una cena, cancelar un viaje o cambiar por completo un plan que le hacía particular ilusión. Por otra parte, ella me ayuda mucho a conservar el buen humor en los momentos de estrés: “ha sido mi profesora de español y de mis virtudes”, suelo decir.

-¿Con cinco hijos, lográis tener tiempo para vosotros dos?

-No es fácil, pero no dejamos de intentarlo. Todos los días conversamos y decidimos juntos todo lo relacionado con la casa y con los chicos. En esto vamos al unísono. Además tengo una consulta privada un día a la semana y ella es la enfermera. También intentamos ir juntos a los Congresos y –siempre que es posible- acude conmigo a todas las cenas y comidas con mis colegas.

-¿Colaboras en el hogar?

-Generalmente yo “preparo” –cocino bien, creo- y ella “recoge”. Nos esforzamos en atender a los chicos y les ayudamos en los estudios. Contamos chistes, cantamos, jugamos juntos tanto al ping-pong como a la playStation, también al pádel, hacemos senderismo, paseamos en bici, vamos al fútbol...

-Si los hijos se lo pasan bien en casa tardan más tiempo en hacer fuera planes que pueden ser “menos adecuados”. De modo natural, los mayores aprecian que estos planes son mejores que los del “botellón” que practican sus amigos, por ejemplo. También bendecimos la mesa, rezamos el rosario en el coche y otras oraciones propias de un hogar cristiano.

-¿Por qué un siciliano como tú se ha establecido en España?

-Conocí a María en un quirófano al poco tiempo de comenzar un periodo de prácticas en la Clínica Universitaria de Navarra. Acababa de llegar de Catania, donde hice la carrera. Al año y medio nos casamos en el Santuario de Torreciudad. Al salir del templo ella me dijo: “ahora que ya nuestra unión es indisoluble, de España no nos mueve nadie”. Lógicamente me quedé. No había más remedio.

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