Esta alma santa y divina es para la Iglesia lo que la aurora es al firmamento, ella precede inmediatamente al sol; pero es más que la aurora. Nace sin hacer ruido, sin que el mundo hable, sin que el mismo Israel lo piense, siendo ella flor de Israel, la más hermosa de la tierra. Pero si la tierra tampoco la piensa, el cielo la mira y la venera como a quien Dios hace nacer por una gran misión, y para prestarle un gran servicio, es decir, para revestirla un día de una nueva naturaleza.
Y ese Dios mismo, que quiere nacer de ella, le ama y la mira bajo esa condición. Su mirada no se posa sobre los grandes, sobre los monarcas que la tierra adora, la primera mirada de Dios hacia la tierra es sobre esta humilde Virgen, que el mundo no conoce: el más alto pensamiento que el Altísimo dedica a todo lo creado.
Cardenal Pierre de Bérulle (1575 - 1629)
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
No hay comentarios:
Publicar un comentario