Cada uno cosecha lo que siembra. Así sucedió con aquel príncipe insensato del cuento. Había un rey que deseaba edificar un gran palacio y encargó a uno de sus hijos que lo construyera. Le entregó la suma de dinero necesaria, y el muchacho, que era un listillo, pensó: "Construiré el palacio con malos materiales y me quedaré con el dinero que ahorre. Poco me importa si luego se viene abajo."
Así lo hizo y, cuando lo hubo terminado, se presentó ante su padre y le dio la noticia: "El palacio que me encargaste ya está terminado. Puedes disponer de él cuando gustes. El rey tomó las llaves y se las devolvió a su hijo con estas palabras: "Te entrego el palacio que construiste. Es para ti. Esta es tu herencia."
Cuando uno actúa habitualmente con esa mentalidad de buscar el provecho propio por encima de casi todo, suele sucederle como a este personaje del cuento. En cierto momento de su vida recibe el pago a su falta de generosidad, se encuentra con que, con su egoísmo, se ha hecho mucho daño a sí mismo.
Se encuentra con que, mientras pensaba que disfrutaba de su juventud aprovechando al máximo el presente, no ha logrado otra cosa que arruinar su futuro. Hay gente que es egoísta, que está siempre regateando esfuerzos. Se cuida y se conserva tanto que llega a la muerte casi sin estrenarse. Se va de este mundo sin dejar hecho nada positivo, sin ninguna huella, sin haber sido útil para nadie.
Aristóteles decía que de todas las variedades de virtud, la generosidad es la más estimada. El egoísta es una persona destinada a sufrir, a ser presa habitual de sus propios zarpazos, de su difícil corazón. Quien, por el contrario, no regatea tiempo, sacrificio ni afecto para los demás, es mucho más feliz Alfonso Aguiló. Director de Tajamar
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
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