CHISTES PARA UN DOMINGO DE DICIEMBRE
EN EL GIMNASIO
Suena el móvil en el gimnasio. Lo toma uno de los que allí hacen ejercicios y se da el siguiente diálogo:
- ¡Hola cariño! ¿Qué tal estás? Mira, que he visto en un escaparate un abrigote visón bastante barato. ¿Te parece bien que lo compre?
- Bueno, si te agrada y lo necesitas. Por esta vez…
- ¡Gracias, cariño! ¡Da gusto hablar contigo! He observado que el coche que tenemos tiene muchos kilómetros y hay en un concesionario una oferta muy interesante. ¿Nos animamos y lo compro?
- Bueno. Tienes razón que el coche ya tiene cierto tiempo como tú dices. Elige un color de moda y ya está.
- ¡Ah! Eres maravilloso. Por cierto ayer hablé con mamá y le invité a pasar un mes con nosotros. ¿Qué te parece esta idea? ¡Vive sola y es tan buena y cariñosa! ¿Le digo que se venga la semana próxima?
- ¡Bueno, pero un mes nada más!
- ¡¡Gracias cariño!! ¡Estás desconocido hoy! Besos y hasta pronto.
- ¡Adiós, besos!
A continuación dice nuestro personaje, levantando el móvil:
- ¿De quién es este móvil?
¡MADRE, NO HAY MÁS QUE UNA…!
Jaimito en la clase de lengua había redactado un trabajo que le había encargado el profesor. El título era “¡Madre, no hay más que una…!” y leyó los renglones que se le habían ocurrido.
“Era la época de verano. Estábamos en pleno calor, por la tarde en la playa y mi madre me encargó ir a la nevera para traer unas bebidas de cola frescas. Obedecí y allá me encaminé. Abrí el frigorífico, saqué la única que había bebida que se encontraba, a la vez que, desde la puerta grité: “¡Madre, no hay más una!”, a la vez que mela bebí”
EL TUERTO
Había un tuerto con cierto despiste. Una noche, sin darse cuenta, en vez de quitarse el ojo de cristal, se quitó el bueno. Al no ver nada, dijo:
- ¡Caramba, se fundieron los plomos!
EL HOMBRE TRANQUILO
Iba un señor pro una calle y de pronto le caen trozos de una maceta de un balcón. Le mancha el traje que llevaba puesto y se lo deja hecho una verdadera pena. Un compañero que iba junto a él, le dice:
- ¡Pero hombre, te quedas ahí parado, tan tranquilo y no dices nada!
- Mira, amigo, tengo ocho hijos, estoy en el paro por culpa de ZP, mi suegra en casa y sin expectativa de trabajo… ¡Esto no es nada!, mientras se limpiaba la chaqueta y pantalones…
LOS VIEJOS DEL PUEBLO
Eran famosos los ancianos de un pueblo de la sierra madrileña por los años que cada uno había alcanzado. En invierno, los domingos, solían tomar el sol en la plaza del pueblo con una manta bien abrigados. Acudían los turistas y mientras charlaban con ellos, apreciaban a los diversos ancianos. Un domingo de mucho frío se dio este diálogo:
- ¡Oiga, señor! ¿Cuántos años tiene?
- Ciento quince y llegué a esta edad con mucho esfuerzo. Me levantaba temprano, hacía gimnasia durante una hora, nada de alcohol, etc.
- ¿Y usted, buen señor?, dirigiéndose a otra persona, que se encontraba junto a la anterior.
- ¡Pues mire, sólo tengo ciento treinta años. Nada de comer alimentos grasos, mucha verdura, beber mucho agua todos los días y hacer grandes caminatas por el monte…!
- ¿Y usted?, dirigiéndose a otro muy gastado, ¿qué hizo para estar así?
- Pues mire, señor, hice todo lo que me dio la gana: buenas comidas, mucho alcohol, movidas los fines de semana, drogas y etc.
- ¿Y cuantos años tiene usted?
- Veintiséis, hijo, veintiséis…
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